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Pere Renom

“No te dimos un lugar fijo, ni faz propia, ni un oficio peculiar, Oh Adán!, porque el lugar, la imagen y los empleos que desees para ti, estos los tengas y poseas por tu propia decisión y elección […] Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo como modelador y escultor propio, más a tu gusto y honra te forjes la forma que prefieras para ti.”

Giovanni Pico della Mirandola - De la Dignitat de l'home

Criar como conejos

publicado el 21.05.2020

Los conejos son animales herbívoros de tamaño relativamente pequeño, cazados por muchos carnívoros y supercarnívors, por tanto, se sitúan justo encima de la base de la pirámide alimentaria. Para sobrevivir han desarrollado diferentes estrategias, como un cuerpo adaptado a huir a gran velocidad, una visión panorámica que les permite vigilar su entorno, una capacidad excavatòria para construir galerías subterráneas donde refugiarse, una actividad crepuscular, y una destacada tasa reproductiva. Son animales de crecimiento rápido, madurez sexual precoz, camadas numerosas y crianza breve. Justo al contrario que una ballena, un elefante, o un humano.
El matemático italiano del siglo XIII Leonardo de Pisa, conocido con el apodo de Fibonacci, introdujo un método para estimar el número de parejas que podía producir una pareja de conejos en un año. El resultado fue la serie numérica de Fibonacci, en la que cada número se calcula como la suma de los dos anteriores. Así tenemos: 0,1,1,2,3,5,8,13,21… en un año se obtienen 144 parejas de conejos. Puede parecer poco, pero el segundo año el número se eleva a cerca de 46.000, el tercero a casi 15 millones, y el cuarto a más de 4.800 millones de parejas! Afortunadamente para los ecosistemas, la mortalidad de los conejos es muy elevada y las cifras reproductivas reales son muy inferiores.
La serie de Fibonacci tiene una interesante particularidad, cualquier número dividido por el que lo precede, da siempre un valor cercano a 1.61803, la proporción áurea. En la naturaleza esta serie la encontramos en la concha del Nautilus, un molusco marino emparentado con pulpos y calamares, en la geometría de las piñas, en la disposición de los pétalos de las flores, o de las hojas de muchas plantas. También tiene aplicaciones en economía, computación, óptica, botánica… Es una serie tan fecunda como la de los conejos de donde surgió.
Sin embargo, si cambian las condiciones, una virtud puede convertirse en un problema. En los últimos siglos los humanos hemos extinguido o reducido drásticamente el número de predadores, y además, hemos introducido conejos en lugares donde no había, como en Australia. Como resultado las poblaciones de conejo europeo crecieron de manera descontrolada hasta convertirse en una plaga en una buena parte del mundo. Ni las vallas, ni las trampas, ni los disparos, ni siquiera los gases tóxicos lograron detener el avance de los conejos. Por este motivo alrededor de 1950 se emprendieron algunas iniciativas de guerra biológica. Se utilizó el virus de la mixomatosis, una enfermedad leve en el conejo sudamericano, el huésped original, que en cambio, mataba a más del 99% de los conejos europeos. Introducido intencionadamente en Francia y Australia, mató millones de conejos en pocos años. Aparte de regular las poblaciones de conejos, este experimento permitió ver cómo se produce la coevolución entre un agente patógeno y su huésped. Con los años, las poblaciones de conejo han desarrollado resistencia al virus, y el virus, a su vez, ha atenuado la virulencia, por lo que no mata a su huésped y se facilita así la transmisión.
Los humanos no criamos como conejos, pero empezamos a convertirnos en una plaga mundial. Las pandemias son mecanismos naturales de regulación para hacer frente a los desequilibrios poblacionales.

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