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Pere Renom

“No te dimos un lugar fijo, ni faz propia, ni un oficio peculiar, Oh Adán!, porque el lugar, la imagen y los empleos que desees para ti, estos los tengas y poseas por tu propia decisión y elección […] Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo como modelador y escultor propio, más a tu gusto y honra te forjes la forma que prefieras para ti.”

Giovanni Pico della Mirandola

La evolución del delta del Ebro

publicado el 22.01.2020

El Delta del Ebro es un ejemplo de ecosistema dinámico. El río aporta el sedimento y el mar y el viento lo redistribuyen. Se dice que comenzó a formarse en tiempo de los romanos debido a la deforestación, pero de hecho ya existía hace millones de años, aunque las fuertes oscilaciones del nivel del mar durante el periodo Cuaternario, determinaron que aquel antiguo delta se encuentre actualmente a un centenar de metros de profundidad. En tiempos históricos su forma ha cambiado mucho y conocemos la evolución aproximada a partir de evidencias geológicas, históricas, y desde el siglo XVI, también cartográficas. Sin embargo, a pesar de la contiua evolución, siempre ha conservado una forma de punta de flecha, similar a la letra griega delta (Δ) por lo que los deltas reciben este nombre.
El temporal «Gloria», que azotó la península Ibérica a finales de enero, tuvo un fuerte impacto sobre el delta, ya que coincidieron una precipitación torrencial y un ascenso del nivel del mar, debido a las bajas presiones (marea barométrica) y a la acumulación del oleaje empujado por el fuerte viento. Como resultado, se inundó la mayor parte de la llanura deltaica, se rompió la barra del Trabucador y el mar penetró cientos de metros tierra adentro. Esta perturbación natural se produce periódicamente, y el ecosistema se acabaría recuperando. Desgraciadamente, el delta se encuentra amenazado debido a que el río Ebro contiene unas 200 presas y embalse que retienen el 99.9% del sedimento, por lo que el delta no puede crecer ni por la punta, y compensar la erosión marina, ni en grosor, y compensar la subsidencia. Se añade, además, el hecho de que los arrozales tan característicos, fueron plantados a finales del siglo XIX, y requieren la aportación continua de agua dulce a través de una extensa red de canales y acequias, que mantienen las plantas semisumergidas y lavan el suelo salino.
Los humanos transformamos profundamente el paisaje y nos sorprendemos cuando la naturaleza reestablece el equilibrio. Nadar a contracorriente supone, a veces, ser arrastrado.

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